La llamada Revolución Industrial ocurrida a fines del Siglo XVIII dio lugar a la conformación de las sociedades industrializadas y su posterior desarrollo tecnológico. La ya asentada burguesía había acumulado el suficiente capital, a través de su expansión colonial y mercantil, como para conformarse en la principal protagonista del incipiente capitalismo industrial. Dado los avances técnicos y la necesidad de satisfacer los intereses de los nacientes Estados modernos y liberales, el foco se centró en el aprovechamiento de nuevos  materiales y técnicas, destacándose el metal y junto con ello el desarrollo de la industria minera.

Se comenzaba así con la extracción desmedida de recursos naturales (no renovables) en pos de “los avances” que iba requiriendo el desarrollo del capitalismo, situación que - durante el siglo pasado-  se vería aún más profundizada con el advenimiento de las sociedades de consumo.

Hoy, la actividad minera es una de las más lucrativas a nivel mundial pero a su vez una de las más destructoras del ambiente. Las sociedades tecnológicas actuales generan cada vez más demanda de materia prima para la fabricación de productos de consumo masivo, pero no parecen estar muy pre-ocupadas por las consecuencias que dicha actividad conlleva, ni de buscar soluciones reales para una mejor preservación del ambiente y el ecosistema. Se cree que en 2017 se produjo a nivel mundial más de 46 millones de toneladas de chatarra electrónica.